Un cuento para compartir

Transmuro.

¿Qué quiere que le diga? Yo, la verdad que soy un tipo temperamental. No, no le estoy diciendo que ando por la vida de estallido en estallido, porque la cosa no es así. Pero tengo un temperamento sanguíneo, un tanto colérico. En ocasiones me ocurre lo de los otros días. La verdad que fue una situación particular. ¿Qué quiere que le diga? Yo cuido mucho mis cosas. Y no perjudico a nadie o por lo menos eso creo. La primera vez, porque le aclaro que la de los otros días no fue la primera vez, sino la décima o la undécima. Como le decía, la primera vez, estaba yo leyendo tranquilo al lado de la biblioteca de madera, la que está contra la pared de mi dormitorio y en el silencio de esa hora de la madrugada escuché un sonido sordo. Un sonido grave, de muy poca intensidad, como un roce, seguido de un crujido suave. Recuerdo que estaba leyendo el Poema 12 de Oliverio Girondo, es que tengo una memoria fotográfica. Fue cuando escuche aquello, como pasos atrás de la pared. Imaginé la figura aquella caminando en la oscuridad de la casa vacía, quizás ayudado por la luz de un fósforo.
“Se miran, se presienten, se desean” ahora el silencio nuevamente ganaba toda la estancia y solo el crujido de mi sillón sobre el piso de madera lo interrumpía y el ruido de la hoja rozando contra mis dedos, me tranquilicé
“Se acarician, se besan, se desnudan” esta segunda vez fue claramente un paso. Un paso dado con sigilo. Elevando lentamente el pie lo que produce ese roce de la manga del pantalón sobre nuestra pierna y rodilla. Ese sonido sordo, corto, grave y luego el ruido neto del pie contra el piso y el chirrido que produce el calzado al desflexionar el antepié para apoyar el talón. Como le digo esta segunda vez fue claro, preciso. Es probable que por la atención o más específicamente el alerta en que me encontraba.
Porque para serle absolutamente franco, no leí con la misma intensidad espiritual, aquello de “Se miran, se presienten, se desean” con respecto a “Se acarician, se besan, se desnudan”. No sentí el mismo placer estético. E incluso me animaría a decirle que no sentí ningún placer estético. Imagínese es como si usted está con una amada en los prolegómenos del amor, pero usted está preocupado por algún acontecimiento que pueda acaecer de un momento a otro. Entonces en lugar de concentrarse en la húmeda tibieza de esos labios que besa, en la sedosa piel que acaricia, en el perfume que emana de aquel cuerpo que abraza y aprieta contra el suyo, usted está con esa secreta preocupación que le arruina definitivamente el momento. Que lo transforma en una especie de minusválido. En un ser incapaz del goce. Ese gusano que taladra el cerebro en esos momentos, provocando estanques de anhedonia donde nos ahogamos sin remedio. Esos pasos tuvieron en mi ése efecto. ¡comprenderá usted! Así como en el estado espiritual que anteriormente le describí no es posible seguir en brazos del amor carnal, tampoco es posible seguir leyendo. Por lo que me puse de pie, teniendo cuidado de hacer bastante ruido, para que el ocupante de transmuros se diera cuenta que su presencia no era bien recibida, incluso carraspeé para acentuar mi molestia.
Caminé sobre los listones de madera lustrada con pasos firmes apoyando con resolución el taco de mis botas de gamuza. Luego con las palmas de mis manos en la mesa y permanecí silencioso. Por lo menos estuve durante 10 minutos al acecho de el más mínimo sonido proveniente del otro lado, pero nada pasó. Cuando me decidí a retirarme hacia mi dormitorio nuevamente calmo, fue que escuche el tercer ruido esta vez fue de una frecuencia un poco más alta de una intensidad creciente en forma continua que bruscamente se eleva y cesa. Me detuve en el umbral de la puerta, y fue cuando sentí el primer signo de cólera. Una cólera pequeñita. Chiquita como una mosca. Nada que un buen Lorazepán de 2,5mg no pudiera solucionar.
Analicé, no obstante este germen que se desperezaba en la trastienda de mi alma, el sonido aquel. Miré la pared blanca para adivinar la altura en que se había originado. Yo de mis años de cazador aprendí a localizar el origen de los ruidos. A concentrarme en ellos, para poder identificar con certeza la ubicación de mi presa. Un grillo entonó su recital agudo a mi derecha, eso provocó una dificultad en mi reconstrucción del sonido, de la interpretación de la naturaleza de éste y por supuesto de la localización exacta. Es de suma importancia además de analizar la naturaleza de un fenómeno, poder darle una ubicación espacial exacta. Como un general sobre el mapa del campo de batalla extendido en su puesto de mando debe definir con la mayor certeza el fenómeno ofensivo o defensivo, propio o extraño, al que se enfrenta y la ubicación exacta en que se produce. Así estaba yo dispuesto a proceder. Busqué el grillo interfiriente un buen rato hasta que lo localicé en una grieta del zócalo de madera, justo tres centímetros a la diestra del patín derecho de mi sillón hamaca. Con un rápido movimiento coordinado utilicé una llave para sacarlo de su escondrijo y en cuanto cayó al suelo sin darle tiempo a nada lo pisé. Quedó transformado en un lamina marrón oscura rodeada de una gelatina blanca. Me recordó una bananita dolca sobre crema santilly, me reí lo que contribuyó a calmar el atisbo de cólera. Nuevamente concentrado pude identificar que el sonido había emergido de un área de no mas de 20 centímetros cuadrados, más o menos a un metro setenta y cinco de altura. Ese sonido de intensidad creciente en forma uniforme que bruscamente aumenta de intensidad y cesa. Ubicado a esa altura no puede ser otra cosa que una oreja apoyada contra la pared. Una oreja apoyada en la pared, que se separa de la misma. De lo que inmediatamente deduje que el visitante de la casa vacía había estado escuchando los ruidos que yo intencionalmente había provocado. Eso contribuyó a que la cólera se disipara por completo. Me fui rápido hasta mi habitación abrí el cajón de la mesa de luz al mismo tiempo que encendía el velador y extraje un Lorazepán de 2,5mg. Me acosté y dormí tranquilo dispuesto a olvidarme totalmente de aquel asunto.
Los días siguientes transcurrieron con normalidad, me dediqué totalmente a mis tareas habituales. Yo lustro miniaturas de madera de caoba. Me especializo exclusivamente en la caoba. No acepto miniaturas de otra madera y mucho menos como se imaginará de otro material. No me veo a mi mismo lustrando miniaturas de cerámica o de bronce o de raíz de paraíso por ejemplo, que es una madera muy empleada por la facilidad que ofrece a el trabajo. No, para nada. ¡A mí tráiganme miniaturas de caoba y yo le aseguro un trabajo de excelencia! ¿Cómo dice? A no, la forma me tiene sin cuidado. Un hipocampo, una Venus de milo, un timón, un enanito, un gaucho, una piragua con remeros… en definitiva cualquiera de estas cosas me son indiferentes siempre y cuando sean de caoba. Es una condición sine que non para que yo acepte el trabajo.
Esto viene a colación con el tema del temperamento sanguíneo o colérico que yo le contaba al principio. En una oportunidad un individuo, un maestro para más datos, que tenía la manía de de coleccionar miniaturas de cristal vino con un pequeño elefantito para que yo se lo lustre. Yo por cortesía lo tomé lo miré y parecía realmente esmerilado. Se lo devolví y le expliqué que solamente lustraba estatuillas de caoba. Le aclaro que yo me expresé con una estudiada cortesía, y es así que el gesto de devolución estuvo acompañado por una amplia sonrisa. Y si mal no recuerdo incluso recomendé que lo buscaran a Bucarán, Alexis o Alejandro Bucarán que se especializa en lustrar miniaturas de cristal. En el preciso momento que yo creía que había terminado aquel equívoco, el maestro insistió con su pedido. Esta vez guardé mis manos en el bolsillo y con una sonrisa menos franca, meneando mi cabeza en señal de negación, le volví a explicar que esa no era mi especialidad. Entonces el docente que pareció no percibir la transformación interior que yo estaba sufriendo, me miró con una mirada pícara y con un gesto cómplice me colocó cincuenta pesos en el bolsillo de mi camisa de grafa. Entonces como una represa de montaña que se fractura, la incontenible marejada de mi ira se precipitó sobre el hombre. A los improperios iniciales le sucedieron los empellones y luego sin solución de continuidad los golpes de puño. Una vez que el educante se arrastraba en el piso lo tomé con mi mano derecha del fundillo del pantalón y con la mano izquierda del cuello de la camisa rosada y lo arrojé al centro de la calle, con la suerte para él que el transito era nulo a esa hora. Me limpiaba las manos transpiradas en los pantalones cuando noté el inmundo elefantito en el piso, lo tomé, me di vuelta miré al hombre que se ponía en cuatro patas con dificultad para levantarse y le arrojé la estatuilla con tal puntería que lo golpee en el temporal. Se que quedó desmayado con su estatuita entre los brazos hasta que la Emergencia llegó seguramente llamada por algún vecino. Yo lo sé porque escuché las sirenas mientras lustraba un sol hermoso de oscura madera.
Pero como le dije antes no es que yo ande de estallido en estallido. No, para nada la cosa no es así. Cuando llegó la ambulancia por ejemplo, yo ya estaba muy tranquilo casi no me acordaba del tipo del elefantito. Bueno además soy muy metódico. Termino de lustrar las miniaturas todos los días a las catorce y treinta y cinco , almuerzo un bife a la plancha con un medio tomate, tomo un vaso de exprimido de naranja, otro de agua . Salgo a caminar durante noventa minutos. Regreso me doy un baño con agua fría, todo el año no varío mi rutina con la estación, me siento a tomar un te y a limpiar las armas. Así hasta las veinte treinta horas. Preparo mi cena fría, me siento a leer mis poesías nocturnas y luego a las 23,45 me acuesto. Por eso no le voy a negar. ¡Soy un hombre metódico! Y le aclaro que la limpieza de las armas y la lectura de mis poesías son momentos de recreación, de placer. Yo diría que son momentos reconstituyentes. Por eso en realidad pasó lo que pasó. Como le dije yo me había acostado aquella primera y lejana noche con toda la intención de olvidar al habitante del transmuro. Y efectivamente en todo el tiempo que pasó lo había logrado. Hasta que una noche de primavera en que yo leía a Neruda. “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente” El sonido fue seco. Breve. Un leve eco lo siguió por milésimas de segundo. Quedé tenso. Como un felino dispuesto a saltar sobre su presa. Pero el silencio persistió, solo interrumpido por mi respiración “ me oyes desde lejos y mi voz no te toca, ..” Reiterado , seco. El quinto sonido era indudablemente el sonido de un clavo penetrando en pared. Hasta pude percibir los escombros granulares cayendo sobre el polvo del piso de mosaico. Transcurrió un tiempo que no puedo definir si fue largo o corto. Pero el tiempo suficiente para que cesara el golpeteo de los granos de cal sobre el piso del otro lado. Volví. Respiré hondo como me enseñaron en reiki, tomé nuevamente en forma delicada los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y leí “parece que los ojos se te hubieran volado…” . Inspiré profundamente para que el aire expandiera mis pulmones y el oxígeno pasara a través de las membranas alveolovasculares e impregnara mi hemoglobina. Eso me produce un estado de éxtasis, de liviandad extrema que me permite asimilar la belleza de las palabras como un néctar sagrado. Cuando me disponía disfrutar del tercer verso del gran chileno, que me transportaría a Isla negra, que me haría sentir el olor salitre del Pacífico, el sexto golpe. Similar al quinto, y el interminable golpear de revoque finamente pulverizado sobre el piso.
Era inevitable que el monstruo despertara. Que el dragón que guarda la caverna abriera su ojo rojizo y dejara ver su pupila hendida. Que quiere que le diga fue así. Primero guardé silencio. Luego me puse de pie taconeando con mis botas de gamuza. El séptimo y el octavo ruido fueron… como explicarlo. Predecibles, esperados, similares a los anteriores. El noveno en cambio fue como un “clac” abierto seco. Seguramente el habitante de transmuro colgaba algún elemento plano de no mucho diámetro, ¿Un cuadro quizás? No, para que querría un cuadro en una casa desierta y oscura. No, seguro que un cuadro no. Un clavo para colgar sus ropas mugrientas, los harapos de saco con los que seguramente se vestía en una simulación patética de normalidad. No el saco no hubiera producido ese tipo de ruido. ¡Un espejito! Si el muy desgraciado debe estar colgando un espejito. Uno de esos espejitos circulares con marco plástico ranurado, en surcos paralelos. Ésos espejitos que suelen tener colores vivos, verde eléctrico, rojo rutilante, azul francia, amarillo patito. Pero seguramente el de esta rata que habitaba tras la pared debería estar sucio por la tierra y el polvo. Los últimos ruidos ya no los puedo describir con precisión pues fueron en parte disimulados por el de la caja de cartón al abrirse. Cuando entran por la parte de atrás del cañón casi no hacen ruido, pero como usted comprenderá ya mi atención no era la misma. Yo ya casi estaba totalmente poseído por aquel Fafnir que se revolvía en las profundidades de mis entrañas. La puerta de vieja madera, despintada, la derribé de un golpe con mis botas y luego ¿que le puedo decir? solo se vieron los fogonazos rojo amarillentos, como erupciones de lava, que surgían de mis escopetas cada vez que disparaba. Más no recuerdo. Ah si, lo que recuerdo además es el olor de la pólvora. Siempre me gustó el olor de la pólvora desde niño, cuando salíamos a cazar con el abuelo y papá. ¡qué lindo es el olor de la pólvora! Casi tan hermoso como un poema. Por eso le digo, después si fue como una nube. Cuando aparecieron los policías y esos otros tipos de ropas celestes . No se si me desmayé o alguien me golpeo. Más no recuerdo.
Por eso doctor ¿Qué quiere que le diga? Yo soy un tipo temperamental. No, no le estoy diciendo que ando por la vida de estallido en estallido, porque la cosa no es así. Pero tengo un temperamento sanguíneo, un tanto coléricoDígame por favor doc ¿Quién hace tanto ruido en la sala contigua

Comentarios

  1. GENIALLLLLLLLLLLL!!!
    PUSISTE TODA TU PROFESIÓN( MEDICINA)
    TODA TU PASIÓN ( LECTURA)
    Y TODO EL TALENTO PARA ESCRIBIR!!!!!!!
    ME ENCANTÓ!!!!...
    Y MUCHO...
    ADRIANA

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