Fragmento para compartir

Este es un fragmento de mi novela Gallito Ciego publicada en 2009, una obra de ficción, ningún personaje ni ninguna circunstancia son reales. Espero que les guste. Será la última entrada por un tiempo.

II Ayer. Horacio y la negra

El Fiat 128 celeste disminuyó la marcha y doblando hacia la derecha ingresó por el portón metálico de dos hojas que se encontraba abierto. Inmediatamente dos figuras surgidas aparentemente de la nada cerraron las hojas ocultando el interior del playón de estacionamiento. Esperé un rato, momentos después, la estrecha puerta de servicio se abrió y por ella aparecieron dos hombres corpulentos con camperas grises y anteojos para sol lo que daba a su rostro el aspecto de insectos. Tras ellos salió él. Caminaría unos veinte metros, quizás veinticinco hasta el sitio donde se efectuaría la reunión. Me saqué la campera de acuerdo a lo convenido, un hombre de mameluco naranja colocó una barrera metálica en la esquina. El polara frenó en la bocacalle se subió a la ochava, los insectos no tuvieron tiempo a nada, los estampidos duraron medio minuto, el coche retrocedió giró marcha atrás y se alejó. Cerré la escotilla de la vereda, me coloqué la campera y me alejé caminando hacia la camioneta, subimos la barrera y no alejamos lentamente. Doblamos por Ayacucho e ingresamos en el sitio convenido, descendimos nos sacamos los uniformes y quedamos vestidos de calle, subimos con Serra al 504 , Videla y Maravilla se fueron en el Chevy.
Al llegar a la esquina, Serra giró y tomó del asiento de atrás una revista Siete Días, miró en la tapa el anciano de abrigo verdusco tras el vidrio blindado, y se quedó pensativo, al rato me dijo:
-El poder está en sus manos, fijáte Horacio, todo el carisma está en sus manos. Hace rato que lo vengo pensando. Sus manos son como un talismán para las masas. Como si toda su energía se concentrara en ellas. ¿Recuerdas lo que te dije del Che? Su poder estaba en su mirada. Cada hombre concentra la esencia de su poder en alguna parte de su cuerpo. Él en sus manos.
Dicho esto arrojó nuevamente la revista en el asiento trasero y no volvió a hablar por el resto del viaje. Cuando llegamos a la casa segura, se tiró en un catre en la vieja cocina y se durmió. Rato después Maravilla llegó en un Fiat 1600 rojo, lo estacionó en la entrada del pequeño jardín, con gesto parsimonioso lo cerró con llave, subió al 504 no sin antes mirar en ambos sentidos de la calle y salió a marcha lenta. Era preciso cuidar los detalles. Miré automáticamente hacia el llavero que se encontraba sobre el viejo hogar de ladrillos rojos con las juntas pintadas de blanco y constaté lo que ya sabía, las llaves del Fiat estaban colgadas. Serra roncaba en la cocina. Lo miré y encendí el televisor. El general andaba por Paraguay rodeado de su séquito de fachos. Inconscientemente fijé mi vista en sus manos y luego lo miré a Serra que se dio vuelta con la cara hacia la pared. Me levanté observé por la ventana, la calle aparecía tranquila. Volví a sentarme, el televisor mostró los tres cadáveres despatarrados en la vereda. Sentí un poco de asco. Pero la cosa era así, ellos o nosotros.
A la mañana siguiente Serra, me dejó en la estación de Temperley y siguió su camino. Estaríamos desactivados por un tiempo. Habían encontrado la camioneta, demasiado rápidamente.
El primero de Julio me encontró en Entre Ríos. Todos sentimos una sensación de desmembramiento, de vacío, la sensación que debe sentir el fusilado en el momento que el pelotón eleva sus armas. A pesar de todo lo queríamos, había sido para nosotros como un padre omnipresente. Como un ídolo distante. Como la voz de la esperanza que llegaba del otro lado del mar. Él era la imagen idealizada en los relatos nocturnos de nuestros padres, en los silencios de patio. A pesar que en realidad nunca quiso la patria socialista. Y quien sabe si ella hubiera sido montonera.
En esos años conocí a la negra. Vestía unos vaqueros ajustados y una remera roja que resaltaban la exuberancia de su cuerpo joven y duro. Exhalaba sexo al caminar. Su marcha de hembra invitaba a olvidar los asuntos que ocupaban nuestros días. Verla era como entrar en un templo de Venus. Una invitación a abandonar momentáneamente a Marx, a Lenin, al Che y a Fidel para arrojarnos en los brazos de Marylin Monroe.
Eso hasta enfrentarse con ella. Sus ojos se transformaban adquiriendo un brillo particular en sus momentos de entusiasmo o tornándose opacos, como desprovistos de vida cuando deseaba guardar cierta distancia o cuando la circunstancia así lo requería.
La negra escondía en sí una gama de negras. Como Jano entre dos espejos.
En un momento citaba “…El odio como factor de lucha: el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar” y en otro instante “Al perderte yo a ti/tú y yo hemos perdido:/yo, porque tú eras/lo que yo más amaba/y tú porque yo era/el que te amaba más.” Los dos Ernestos, dos de las múltiples negras. Dos mundos en un mismo espacio, o quizás el mismo mundo. Ese mundo en que los ideales se chocan con la brutalidad y la barbarie. Madre tierra que pares ángeles y monstruos y los largas a jugar al patio de la vida. Madre desaprensiva.
Su proteiformidad no era solo retórica. Sus actitudes, toda ella era cambiante. Como si un prestidigitador ejerciera sobre ella sus habilidades. Así era la negra. Lo supe poco después de conocerla, pasado el deslumbramiento inicial. Comencé a respetarla, a veces casi a temerle.
Ella era como un antivirus. Una especie de linfocito antropoide. La última vez que la vi, por aquellos años, fue antes de lo de la balsa a cadena en Villa Urquiza, ella coordinó no sé que. Me enteré al tiempo. Porque no todos sabíamos todo. No era seguro ni conveniente. Además eso lo hicieron los de la U 1 de Santa Fe. Lo supe después.
Yo para ésa fecha estaba en Corrientes desde hacía ya unos días.
Fue cuando el antivirus, el leucocito, detectó dos organismos patógenos: Serra y Videla. Seguí hacia el norte. De algún lado y seguramente recordando nuestras noches de placer, ella me llamó a la casa de un amigo y me dijo aquello: “La vida es como un vino, Horacio, nunca terminas de saborearla, pero no te la bebas a fondo blanco.” Luego comenzó el hiato entre los dos. Y también el interregno, ése de la sangre, las mazmorras, la arbitrariedad, la tablita, el mundial, las urnas guardadas, Malvinas, un borracho diciendo que si quieren venir que vengan. Y la recua de sublevados que asaltó el poder, pavoneándose en los desfiles de los días patrios. Y vuelos de la muerte y muerte y muerte y muerte. Trincheras congeladas y gangrena. Un país con gangrena. Líderes que defeccionan. Escondidos en alcantarillas. Traidores. Espantajos exiliados que guían al matadero. Gusanos de uniforme y de civil. El fusilado de la Higuera por esos años se debe haber revuelto en su tumba de Vallegrande. Él tampoco tiene manos.

Comentarios

  1. TE VOY A SER SINCERA: TENGO MENOS DE UN MINUTO PARA CONTESTARTE EL COMENTARIO Y NO TUVE TIEMPO PARA LEER LA ENTRADA, QEU SEGURAMENTE ESTÁ MUY BUENA, COMO TODAS.

    UN BESO GRANDE GUS, http://malatendida.blogspot.com :)

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  2. excelente el fragmento que elegiste para compartir con nosotros!

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  3. Un fragmento impecable con la magia de tu talento entre sus letras. Felicitaciones y buen descanso amigo. Un abrazo.

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  4. GUSTAVO CRESTA. TUVISTE ÉPOCAS DE PUNK? JAJAJA.

    UN BESO GRANDE, http://malatendida.blogspot.com :)

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  5. Genial!!!... el toque de la muchacha (la negra) que "exhalaba sexo al caminar" hace más humano un tema que suele ser muy complejo... Marilyn podría tranquilamente desviar nuestra atención y en versión negra... ni lo dudo!!!

    Saludos!!!

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  6. Es increible lo que escribis. Me gustan mucho tus fragmentos :) Muchos éxitos en todo, besos

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  7. Me gusta mucho como escribis :) gracias por tus comentarios en mi blog.. besotes!

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