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Mostrando entradas de enero, 2010

Un cuento para ustedes.

Ludmila Las gruesas gotas de lluvia caían sobre los coches estacionados adelante del pabellón internacional. Cuando Tito terminó de estacionar el Peugeot miró a través del parabrisas, ligeramente empañado, la silueta del edificio deformada por los torrentes de agua, que actuaban como lentes. Maldijo el no traer paraguas ni impermeable. Tomó La Nación que estaba tirada en el asiento trasero y la usó a modo de paraguas mientras corría sobre el hormigón mojado. Al llegar bajo el alto techo del andén donde estacionan los taxis, casi resbala sobre los mosaicos rojizos. Se detuvo un momento para tomar aliento. Miró hacia ambos lados del pasillo semicircular, los viajeros arrastraban valijones y tenían ese aire de desorientación encubierta que tienen los recién desembarcados. Tito pensó, que aún tenía unos minutos para acercarse al sector de arribos y se quedó bajo el anden mirando llover. En forma automática se llevó la mano al bolsillo interno de su campera y extrajo un atado

Fragmento para compartir

La pena. Cuando se fue de la casa de Ami , lo hizo como si fuera otro. Como si su cuerpo lo alejara del peligro como un bombero que lo llevaba en brazos, incendio afuera. Sabe que cruzó la ciudad, como un poseído. Pero todo para él fue como un sueño, como una pesadilla de la que no podía despertar. Como si fuera un desalmado , un vacío viajando por las calles en una moto a toda velocidad. Cómo ésas bolsas de polietileno que arrastra el viento en las tormentas, envases inútiles a merced de los elementos. No puede afirmar que vio aquel recorrido. Sus lágrimas borronearon el paisaje. Solo el mundo moviéndose bajo las ruedas , como una gigantesca cinta transportadora. Huída. Deseo de escapar de aquello que lo había golpeado con la fuerza de mil coces. Su primer recuerdo más o menos nítido es de cuando se encontraba sentado en el banco de madera en el segundo puente, mirando las aguas del arroyo Nogoyá correr arremolinadas contra la barranca cribada por mil cavernas pequeñas que le daba