En un lejano país del fin del mundo, existió un hombre que se autopercibía Moisés. No la canasta que sirve de cama a los recién nacidos, sino el personaje bíblico. Como en aquella lejana comarca, se había impuesto aquello de que cada uno debe ser aceptado como se autopercibe y no como es percibido, se lo consideró Moisés. También en aquella época existían hombres y mujeres con dobleces, metamensajes y segundas intenciones. Los encargados de los medios de comunicación entre ellos. O algunos para no ser injustos. Exhibieron al autopercibido Moises como un espectáculo cuasi circense, aplaudiendo sus diatribas, incitaciones a la violencia, su predica del individualismo extremo y sus llamados a la destrucción del estado. Moisés sostenía que de esa forma en 30 años luego de la primera segunda y tercera generación de purgas y reformas, llegaría el pueblo de aquellos lares a la tierra prometida. Era un 25% más benigno que el Moises Biblico que peregrinó...