Némesis Novela (inédita) Fragmento

Comparto con ustedes otro fragmento de Némesis. Mi novela sigue en el freezer.



I

La calle Laprida está casi desierta. Algunas banderitas descoloridas y deshilachadas recuerdan el mundial. Todos volvieron a su cápsula, ese exoesqueleto invisible que nos aísla. Atrás quedó la ilusión de lo colectivo. Aquellas muchedumbres hermanadas en la pasión futbolera. Mareas de gorros y banderas celestes y blancas. Gritos y cánticos.  La sensación es la de un salón sucio tras la fiesta. Polvo, papeles en el piso en el que aún se adivinan huellas de pisadas, improntas de suelas en los mosaicos sucios.  Y en las paredes un cotillón quieto y trasnochado. Sin sentido en ese espacio pleno de silencio. No puedo evitar la comparación, cuando miro la calle quieta,  esos vestigios olvidados de la exaltación y la alegría. Miro esa calle a través de sus ojos, soy su mirada.
Y me quedo secretamente con esa sensación agridulce con la que se regresa de un baile o un cumpleaños, cuando somos adolescentes, casi niños. Cuando se trata de un acontecimiento  en el que habíamos cifrado muchas expectativas, y como casi siempre ocurre en estos casos, nos encontramos inmersos en una especie de desilusión. Pero nos queda la alegría de la charla con amigos, la música y el baile.  Quizás la persistente llovizna de Agosto facilita estos pensamientos cercanos a la nostalgia, en los que él está inmerso. Y en los que yo, viendo por sus ojos, que no conocí personalmente, estoy inmerso.
Gastón terminó su café absorto en esa divagación perezosa sin verla llegar. Muriel  apoyó su bolso de tela de Jean en la silla frente a él y lo sorprendió con un rápido beso en la mejilla. Solo por un milagro no vuelca la azucarera de vidrio sobre la mesa. Él la miró sorprendido, no la esperaba aún.
-¿Saliste antes?- preguntó aún con cara de asombro
-Si, el viejo de Historia de la Arquitectura dio la clase rapidísimo y se las tomó cuarenta minutos antes- contestó con una sonrisa que no parecía del todo sincera o por lo menos eso le pareció a Gastón.
Ella  aparentaba no estar totalmente a gusto. Algo en su mirada contradecía aquella sonrisa de compromiso- en cuanto salí tomé la K y me bajé aquí a dos cuadras.
-Un viaje Express- dijo él tratando que la charla sea amena y no caiga en esos baches que tanto lo disgustan y angustian. El lenguaje, siempre el lenguaje, como una herramienta  de seducción.  Y el silencio que acecha amenazante, para abismarlo en la soledad interior, eso era temido por él de una manera inespecífica, vaga, desde
aquella tarde de silencios pesados, que ahora le parecía tan lejana, en que Carolina se fue  de su vida. Esas situaciones, de diálogos parcos, le provocaban ese estado de desazón. Y siempre de una forma inconciente e inútil (porque es inútil arremeter contra el silencio ajeno) intentaba avivar, dinamizar el dialogo con ocurrencias o dichos singulares a los que trataba de dar la apariencia de espontáneos.  También de alguna forma, más o menos consciente, sabía que no era justo lo que hacía. Ya que aquel silencio denso de Carolina, solo ocupó el lapso en que ella juntó la valentía para dejarlo, o encontró las palabras justas para hacerlo sin explicaciones ni avisos previos. Y no es justo que se compare ese silencio preliminar, prodrómico, como el que rodea al patíbulo poco antes de la ejecución, con otros silencios que no tienen las mismas connotaciones. Pero es algo propio de la memoria perceptiva que nos conduce a lugares remotos, en el espacio y en el tiempo, a  punto de partida de un  olor, un color, un sonido, un sabor o una textura. En este caso el silencio y precisamente, una mujer callando.  Es justo además aclarar que Muriel no tenía con Gastón otra relación que una amistad más o menos estrecha. Como se puede tener con una mujer. Pero ambos, de alguna forma, sabían que transitaban al borde de esa tenue divisoria, traspasada la cual, se ingresa al mundo donde esa amistad se transmuta en una relación más íntima y completa.
-Si podría llamarse así, vine rápido-contestó ella mientras revolvía su bolso en busca de algo, por fin extrajo un paquete de cigarrillos y retiró uno ofreciéndole a su vez a Gastón, este le contestó con un gesto negativo, estaba intentando dejar de fumar. Muchas veces había dejado el hábito, pero volvía una y otra vez a retomarlo. Siempre pensó que eso era una falla de su voluntad. Cada vez que volvía a encender un cigarrillo luego de estos períodos de abstinencia, sentía una sensación de culpa y un daño a su autoestima. Pero era más fuerte que él, no podía evitar sentirse atraído por el aroma del tabaco. En definitiva era una lucha permanente, una guerra de escaramuzas.  Algo así como el firme propósito de no pecar más.
-¿Sabes algo?- dijo Muriel- Tenía ganas de verte, anoche estuve pensando…-calló de golpe, aspiró su cigarrillo y  miró por la vidriera la calle, que empezaba a estar en penumbras, donde las luces de los coches provocaban reflejos en el asfalto mojado por la llovizna. Él la miró inquisitivo, sin prestar mucha atención, luego dirigió su mirada también hacia la calle y la  llovizna.
-Los días así me ponen un poco raro- dijo- por un lado me aburren y por otro lado me gustan, como que invitan a pensar.
- Si- dijo ella lacónica- a veces  pensamos pavadas.
- No pero yo no digo pavadas- agregó él entusiasta retomando su impulso de animador de diálogos- Yo me refiero por ejemplo a la diferencia entre el estado de la gente hoy y lo que fue durante el mundial. En ese mes parecíamos todos hermanos, nos incorporábamos a la multitud y terminábamos todos abrazados en el monumento a la bandera.  Y ahora es como si todos volvieron a sus caparazones… no sé eso pensaba antes que vinieras.
- No te digo que este tiempo horrible solo sirve para pensar  estupideces- contestó ella- solo a vos se te puede ocurrir eso. ¡Todos como hermanos! ¿Pero donde vivís? ¿En una botella?- continuó con evidente tono de fastidio.- La gente se enfervoriza eso es todo.
Y creen que son felices,  cuando en realidad es todo un negocio nada más que eso. Yo no veía la hora que se terminara ese maldito mundial, así todos dejaban de comportarse como idiotas.
-Nunca me imaginé que pensaras eso- Gastón no salía de su asombro por el exabrupto de ella. Era como si una furia contenida hubiera escapado de su cárcel de cordura y se hubiera estrellado contra su rostro.- ¡Qué mirada tan negativa de todo! ¿Qué te pasa? ¿Hoy no es tu día?- Sonrió con cierto temor de que su sonrisa hiciera explotar nuevamente aquella caldera.
-Si tal vez no es mi día- dijo ella en un tono forzadamente calmo de su voz, mientras aspiraba nuevamente el cigarrillo y miraba el cielorraso sucio de aquel bar.- Si tal vez no es mi día y fue una  cagada, que el viejo de mierda éste, se las tomara anticipadamente y yo tenga que venir a escuchar boludeces acá- terminó
-Disculpame- dijo Gastón poniéndose bruscamente tenso-vos me pediste que nos viéramos acá y que luego te acompañara al centro, o no se donde querés ir. Simplemente te hice un comentario y me mandás al diablo.- Bajó la cabeza y se quedó callado. Ella apagó bruscamente el cigarrillo en el cenicero de vidrio blanco, esta vez haciendo caer la azucarera  y se puso de pie, tomó su bolso y se alejó hacia la puerta con pasos rápidos. Gastón quedó en un estado de turbación, luego salió a caminar  con las manos en los bolsillos. Se detuvo en una librería, distraído, frente a la mesa de saldos. Estuvo muchos minutos absorto en los títulos de aquellos libros viejos, ajados, manchados, que sin embargo a sus ojos no perdían la dignidad. Extrajo su billetera y constato su escaso capital. Compró un viejo ejemplar de tapas duras de Madame Bovary por  quinientos pesos.
-¡La mitad de lo que me costó El Gráfico del mundial!- pensó mientras le daba a la vendedora su único billete de mil pesos.
Luego continuó caminando por la peatonal Córdoba, distraído en los adoquines poligonales de un marrón granuloso. Debido al tiempo desapacible pocos transeúntes lo acompañaban. Lo habitual a esa hora temprana de la noche era una muchedumbre de paseantes, hoy  el frío y la garúa habían logrado cambiar el panorama de ese miércoles. Un paisaje desolado recorrido por el viento que sube desde el río.
Gastón poco a poco fue deshaciéndose del disgusto que le había causado su fugaz y casi involuntaria entrevista con Muriel. No comprendía aún los motivos de la reacción de la muchacha y decidió no tratar de entenderlo. Las mujeres tienen ese tipo de actitudes desconcertantes. Gastón siempre pensó, por otra parte, que eso integraba su naturaleza femenina. Él nunca había intentado conocer a las mujeres. Nunca desde que comprendió, paradójicamente, que eso era imposible y que la mujer es un ser enigmático. Solo se limitó a admirarlas. De la misma forma que no se intenta comprender al sol que ilumina un día diáfano o a las estrellas que nos cubren en una noche de verano. Solo se limitó a admirarlas, sin reflexión alguna. Y ese misterio contribuyó a que le resultaran mucho más atractivas. Caminó distraído el trayecto de regreso, como si el viento le secara los restos de la furia que se había estrellado contra su rostro. Cuando llegó a su pensión abrió la puerta de calle y subió la escalera ya totalmente despreocupado de aquel episodio. Tiró el libro recién comprado sobre la mesa, junto a los de texto. Saludó a Bataglia que leía una revista de historietas en una de las dos reposeras que estaban cerca del vetusto balcón y encendió el anafe.

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