Un cuento para ustedes: La Morsa Tercera Parte

La Morsa Tercera Parte


- ¡No seas boludo! Que estás diciendo- estalló de pronto Bermúdez, perdiendo súbitamente la calma y el buen humor.  El resto de los parroquianos dirigió su mirada hacia nosotros, desee que Domínguez estuviera en lo cierto y yo fuera invisible.
Traté de acurrucarme en la silla empequeñecerme lo más posible. Pero continuó con el encendido discurso que había comenzado.
- Nunca pero nunca he escuchado semejante sarta de estupideces. ¡Vendiste la casa y listo! Para que la dejarías cerrada y vacía. Para que se llene de humedad, telarañas, ratones y se empiece a derrumbar por el abandono. No, loco, hiciste lo que tenías que hacer. ¡Ven-der-la!.  Punto a otra cosa. No podes hacer semejante drama por eso- terminó bajando el tono hasta suavizarlo como una suave brisa de verano. Las lágrimas de  la  morsa caían a raudales de sus ojos. Terminó su vaso de vino y elevándolo por el aire pidió otro, al mozo que ésta vez se apresuró a traerlo inmediatamente. Tuve la sensación de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, pero paralizado como estaba por la sorpresa no atiné a irme.
-No- dijo Domínguez con una voz ronca que surgía de lo más profundo de su congoja mientras encendía un cigarrillo.- no es por la casa loco, es por lo de mi mujer.
-¿Por lo de tu mujer?¿Qué le pasó a tu mujer? Se murió, no me digas que se murió
- No, que se va a morir, nos divorciamos hace cinco años.
-¡Ah bueno! Con esto hacemos bingo, tus viejos en el más allá  están enojados con vos porque te divorciaste hace cinco años. Bueno, bueno.-dijo Bermúdez mientras hacía un bollo con el paquete vacío de cigarrillos del otro, y lo depositaba en el cenicero repleto de colillas. Agradecí que no tuviera otro estallido discursivo y mantuviera su tono de voz calmado.
-Es una historia larga-contestó la morsa mientras se secaba las lágrimas, y miraba a su amigo con ojos enrojecidos.- una historia muy larga.  Con mi mujer la verdad, que no nos llevábamos muy bien. Más correctamente nada bien. O para ser categórico muy mal. Yo por mi trabajo como vos sabés  debo viajar mucho. Después de una semana de laburo, volver a tu casa y encontrar a una bruja que lo único que sabe es reprocharte esto reprocharte aquello, es imbancable. Que problemas aquí que problemas allá que los pendejos, que esto que aquello, bueno me terminé hinchando las bolas y me separé.
-No sabía nada.- musitó Bermúdez como para sí
- No tenías forma de saberlo si hace una punta de años que no nos vemos- contestó mirando hacia la ventana  y haciendo un gran esfuerzo por reprimir las lágrimas, aproveché la oportunidad para enviarle una mirada significativa al amigo confidente, que me la devolvió con un gesto de impotencia.
-Una fría, otra caliente. Que cagada, una lápida fría otra caliente, no voy a pisar nunca más Hernández. Ellos me echaron. Todo por lo de mi mujer. Después de la separación vino todo el asunto de la guita, que la cuota alimentaria que esto que aquello. Y yo cada vez más rabioso. Furioso. Me salía espuma de la boca cada vez que recibía las intimaciones- se detuvo para beber un largo sorbo de vino y para secarse las lágrimas que ya se mezclaban con los mocos que habían empezado a caer de su nariz.
- Bueno calmáte, yo creo que vos te estás ahogando en un vaso de agua, asesorate bien y listo. Le das lo que le corresponda y chau. Después de todo gordo tenés que mantener tus hijos. Te habrás separado de tu mujer pero no de los pendejos. ¡Me extraña de un tipo como vos!- dijo un Bermúdez conciliador y comprensivo, en una actitud casi paternal. 

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