Némesis. Novela Inédita.
Les dejo otro fragmento... de esta novela en permanente transformación como la circunvalación de Rosario...
A muchos kilómetros
de distancia y muchos años atrás, en una habitación de final de verano, donde
se aspiraba un suave aroma de jazmines y azahares.
Muriel terminó de
armar su bolso, con todo lo indispensable para su vida en Rosario, Tito la
miraba con unos ojos en los que ella advertía cierta tristeza. Pero en el fondo
de aquella mirada ella presintió un doblez, una cierta ambigüedad. Le devolvió
la mirada y advirtió con más nitidez eso que temía. Cerró el cierre
relámpago y se sentó sobre la cubre cama
de un color borravino desteñido por los sucesivos lavados. Tito no emitía
sonido, solo la miraba. Ella bajó los ojos y derramó algunas lágrimas que cayeron sobre sus vaqueros celestes. Él pareció
advertir aquello y se acercó sin atreverse a tocarla, quedó cerca de ella en
una actitud expectante. Ella no lo miró, pero advirtió su proximidad, quizás
por el calor de su cuerpo, ese cuerpo que pronto estaría a tantos kilómetros de
distancia. Y lo supo, por primera vez la sospecha se transformó en certeza y lo
supo. Supo que él la reemplazaría por otra, quizás por Celeste, que siempre se
le acercaba en su ausencia. Quizás por Marta, a quien había sorprendido
llamándolo desde su jardín aquella tarde del último otoño. Y ahora todas esas
piezas encajaban perfectamente en el rompecabezas de su pensamiento. Él
permanecía en silencio, solo se podía advertir su respiración un tanto rasposa.
Muriel comenzó a llorar en forma desconsolada con las manos en su rostro,
sufriendo espasmos de amargura. Él se puso de pie y salió por la puerta hacia
el pasillo. Ella comprendió que él no la podía acompañar en su partida,
comprendió además que ella debía partir. Un intenso dolor la invadió al aceptar
lo inevitable de la traición. Todo había
complotado para que ese final fuera inevitable. Se secó las lágrimas con un
pañuelo celeste y se acostó con las manos entrelazadas tras su cabeza, el bolso
cayó al piso con un ruido sordo y quedó tumbado de lado. ¡Tito! ¡Hay Tito! ¡Yo
que te quise tanto!
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