Un cuento para ustedes. El viento.

 

El viento.

El viento norte me revienta la cabeza. El viento en general, pero el viento norte especialmente . Sentado acá en este banco de cemento, percibo como el viento penetra por mi piel, por mis poros, se arremolina en mis oídos y da vueltas en mi cabeza. La sangre empieza a hervir, a quemarme por dentro. Como una avispa dentro del cráneo.  Despertando una furia irracional. Soy un ser permeable, insuflado por el aliento del diablo.

Esto no siempre ocurrió. Antes…que difícil es recordar el antes. Antes yo remontaba cometas con mis hijos, gozaba de bicicletear mientras la brisa me golpeaba el rostro, sonreía a mis semejantes. Pero eso quedó atrapado en un ayer difuso, que yo llamo: Antes…

Antes terminó una noche, como cualquier noche. Sin preámbulos o premoniciones.

Ni pitonisas, oráculos ni profecías. Simplemente ocurrió. El tiempo se partió en dos y el “Antes” comenzó a alejarse como un témpano desprendido del glaciar, hacia un océano embravecido. A la deriva.

Alcides, es un negro petiso, siempre contento. Pero ahora me sirve la última copa con desgano, ya tiene ganas de cerrar e irse a su cama.

Le dejo la paga sobre el mostrador, le digo que se guarde el vuelto. Antes, yo era así, un tipo amable, trabajador y con plata en el bolsillo.

Apuré el whisky a fondo blanco y despidiéndome, de los pocos que quedaban en una mesa del fondo, salí a la vereda. Hacía mucho frío, la helada era grande, la mayor en muchos años.  Maldije haber salido caminando. Hasta las contadas luces de la calle parecían escarchadas. Ya no recuerdo en que iba pensando, antes pensaba en cosas prácticas , en los quehaceres y eso. Pero ya lo dije, eso para mí, está envuelto en una bruma. Me dirigí al sur, hacia mi casa. El aire de las noches de invierno es denso, penetra en los pulmones como una daga, y luego se exhala como una nube en la que se nos escapa el calor. La luna llena iluminaba los largos trechos, entre foco y foco, los alambres de los baldíos zumbaban.

Todo el suburbio estaba dormido, algún ladrido lejano, algún camión en la ruta, después todo silencio. En invierno las ranas no croan, las tucas no alumbran, los pastos no perfuman la noche. Cuanto más me alejaba las luces eran más escasas y todo era menos nítido. Mis pisadas sonaban sordas sobre la tierra congelada.

Aquello me sorprendió. Una sombra por el medio de la calle, contrastaba contra la tierra blanca de luna, helada. Un animal, pensé, quizás una rata o una comadreja. No era muy grande. O eso creí, le arrojé la colilla del cigarrillo para espantarlo, pero permaneció inmóvil. Le grité, pero siguió quieta. Debe ser una piedra, pensé o una bolsa de basura., seguí caminando.

El viento sigue arremolinándose dentro de mi cráneo, comienzo a percibir la furia, que se mueve en mi abdomen. Me parece que voy a estallar. Una agitación violenta me invade con cada racha caliente y húmeda. Un exaltado furor me domina...

Hace unas semanas que me dieron el alta. Ya no tengo fiebre. Los médicos dijeron que era una neumonía. Que no es bueno andar borracho desafiando las inclemencias del invierno y menos quedar tirado en la calle. Había tenido suerte de no morir de hipotermia, eso me dijeron.

Mi mujer respira pesadamente. Debe haber tenido un día muy difícil, hace casi un mes que no trabajo, y falta plata. Yo siento como aquello crece en mí. Tengo ganas de vomitar. Me arrodillo ante el inodoro y arrojo un líquido negro como petróleo, untuoso. El mareo es intenso. Asiéndome de las cosas me pongo de pie, y me miro al espejo. El grito debe haber sido sonoro. Mi mujer se incorpora a medias, y sin hablarme, me empuja para que le dé la espalda.

Los días los paso en la cocina, mirando el mantel plastificado. A veces dibujo, cualquier cosa, nada en particular. Aquello se revuelve en mí, y me pide. En realidad, no me pide, me ordena. No tengo casi hambre, solo sed, tengo sed bebo agua, mucha agua. La sed nunca cesa.

Tarde varios días en darme cuenta que mi mujer me había abandonado. Cuando por fin lo hice, la verdad, no me importó.

La última vez que la vi, me gritaba cosas, no se que cosas. La cosa me reclama mi atención. Yo estaba dibujando en la cocina, y tenia sed. Mucha sed. Y la voz de mi interior, la voz de aquello, me ordenaba que saliera de la casa. No le hice caso permanecí sentado. Pero lo que dijo mi mujer, no lo sé, la vi y la oí, pero no comprendí . Como si gritara tras un vidrio o lo hiciera en un idioma extraño. Se que se llevó el Renault 12.

Así fue como quedé solo. En realidad, con aquello. Con eso que había cortado el tiempo con un corte neto y preciso. Con eso que me había colonizado, como un parásito.

El calor, a pesar de que era primavera, se tornaba insoportable. Y la sed. Me fue imposible permanecer en el interior de la casa. La gente parecía no sufrirlo. Para mi sorpresa, estaban abrigados.

Vagué horas y horas aquel día, de mi primera salida. Recorrí todo el pueblo de punta a punta, mientras la cosa se retorcía en mi abdomen. Al atardecer casi en el campo, vi las gallinas, caminaban hacia una casita de ladrillos sin revocar…corrí hasta unos árboles unos cien metros mas adelante, allí me senté en el suelo, y mordí el cuello del animal. A medida que succionaba su sangre, la cosa se adormecía y el calor menguaba.

Debo haber vomitado luego de regresar a mi casa, pero no lo recuerdo. Me desperté desnudo boca arriba en mi cama, empapado en sudor. Sin saber que hora era, sin saber como había regresado. La cosa dormía.

Estuve largo rato bajo la ducha, tratando de limpiarme de todo aquello, por primera vez en mucho tiempo, fui consciente de mi situación. Traté de recordar mi pasado, de comprender que me ocurría. Pero todo era incierto.

El doctor me dijo que era ansiedad episódica, lo que los norteamericanos llaman Panic Attack, me recetó unos comprimidos, me palmeó la espalda y me abrió la puerta. En la sanidad pública, no hay muchas explicaciones.

Maldito viento. ¿Qué quiere este viento insolente? ¡Por favor el viento zumba en mi cabeza, me raspa los ojos por atrás, escapa por mi nariz! El viento norte caliente y húmedo. Me tomo la cabeza con las manos , emito un gruñido, mientras muestro mis dientes en una sonrisa sardónica, convulsiva.

Traté de retornar a mi trabajo, si bien prácticamente no comía, debía vestirme, asearme. Lo hice por un tiempo y parecía que todo había vuelto a la normalidad. Parecía…Mis noches eran las de una sombra furtiva vagando, alimentándome de sangre. Al menos aquello así se dormía, se saciaba, me dejaba por un rato. Los dueños atribuían la muerte de los animales a alguna alimaña.

Luego volvían el calor y la sed. Cada vez a menor intervalo. Como a un adicto, la compulsión por su sustancia.

Desde aquella lejana noche de invierno,en que se había introducido en mi abdomen, saltando sobre mi como un asfalto hirviente, no había dejado de crecer. De ordenar. De adueñarse de mis actos, cada vez más, la cosa, era mi voluntad. Ahora solo vivo para satisfacerla, como a una amante exigente y veleidosa.

Muchos piensan que estoy loco. Yo mismo a veces lo hago. Se muy bien que busqué librarme de ella, recurrí a curanderos, brujas, curas… todos me miran con un poco de simpatía y lástima. Nadie pudo ayudarme, algunos no quisieron porque yo no tenía dinero.

El petiso González se había muerto hace mucho, dicen los que hablan por hablar, que curaba estos males. Cuando fui a su tumba, la cosa se revolvió en mis tripas, de tal forma, que me tuve que alejar corriendo. Lo que pasaría era inevitable, un destino.

Lloré muchas veces de impotencia, mientras aquello se dormía momentáneamente, pero nunca se iba, nunca se desvanecía, quise retardar todo, pero no pude.

Ahora es tarde el viento norte aviva la furia, como al fuego de los campos. La cosa se apodera de mi cuerpo, me pongo de pie, como un automata..

El viento me empuja por el paseo, me acerco al puente, el sol ya se inclina sobre la ciudad al oeste. Pronto encenderá el alumbrado público. Sigo caminando, hasta que la veo venir corriendo hacia mi escuchando música. Ingenua, despreocupada, inconsciente del cuchillo que segará su tiempo.

Mis ojos la miran, pero la cosa la ve. Maldito viento con su hálito caliente y húmedo. El hálito de satanás. Como la sangre que bebo, aun con el cuchillo en la mano, voraz, antes que se apaguen los últimos estertores de aquel cuerpo jóven.

La cosa se remueve de júbilo mientras el policía me dispara. Es inmortal, ahora la alimento con mi propia sangre, al fin seré libre. Y la cosa volará a esconderse en las sombras, a buscar otro a quien robarle el Antes, y consumirlo. Insaciable y oscura

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